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Construir // By @indiehalda

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Por Oscar Hernández

El genio de Neil Patrick Harris y la participación de Whiplash (que entró de súbito a mi top 5 de películas favoritas) fueron mis motivos para ver la ceremonia de los Oscars este año, así que dediqué mi noche de domingo a ver gente dándose palmadas entre ellos por hacer millones con el simple pero exquisito arte de entretener a la gente.

El primer premio de la noche fue suficiente para cubrir mi cuota de expectativa, al ver premiado a un JK Simmons fabuloso en su papel de Terence Fletcher, un maestro dueño de un perfeccionismo casi psicópata en Whiplash. El resto de la fiesta se me fue en reírme como idiota del ingenio del señor Harris y sonreír con el Oscar honorario recibido por el enorme Hayao Miyazaki.

Y así, premio tras premio, llegó el momento clímax de la noche para muchos mexicanos: los premios principales para Birdman, la que ahora podemos denominar obra cumbre de Alejandro González Iñárritu. Discursos sentidos y la genial puntada del enorme Sean Penn “¿Quién le dio a este hijo de perra su green card?”: un sincero y amistoso reconocimiento disfrazado de una frase xenófoba que medio mundo se tragó amargamente, aunque a estas alturas ya no me sorprende la corta mira del grueso de nuestros connacionales.

Dueño de un genio particular y la humildad de quien se sabe construido a base de esfuerzo, el señor G. Iñárritu (eso de resaltar el “apellido rimbombante” es un gesto ahora permitido para alguien con su palmarés) habló de su esperanza en la mejora del Galimatías mexicano,  a través de una frase sencilla y definitiva: “Rezo porque mis compatriotas podamos encontrar y construir el gobierno que merecemos”

Vítores, aplausos por su logro y por la “bofetada” al gobierno que no lo apoyó, que lo obligó a irse de su país para triunfar y que busca colgarse de sus medallas para pregonar el avance nacional. Muy pocos hablando de la implicación de 2 palabras clave utilizadas por el Negro: buscar y construir. Acciones que van más allá de la simplificación que escuché el día de hoy en los medios, que convertían el llamado al compromiso de Iñárritu en el enemilésimo discursillo que dice que las cosas están mal.

Buscar y construir son verbos, y como tales implican movimiento. Las palabras del laureado pusieron el dedo en la llaga no de la gente en el poder, sino de la gente que puso a la gente en el poder –esos somos nosotros- . Buscar y construir implica reconocer en el jodido gobierno que hoy tenemos el reflejo de la jodida sociedad que hoy somos. Como víctimas de un vicio que nos incapacita, el primer paso está en aceptarnos, fuera del discurso sensiblero que siempre nos dice lo buenos y luchones que somos.

Lo estamos haciendo mal. No el copetón en Los Pinos, no los virreyes estatales y municipales, no los ricos jueces y los corruptos policías. Todos. Ellos y nosotros. Porque nosotros lo estamos permitiendo, porque no hay una indignación generalizada ante los actos de corrupción –política y humana- que salen  un día sí y el otro también. Porque nos indignamos efímeramente, y así sólo conseguimos soluciones efímeras.

Se ha dicho muchas veces: en México ocurren escándalos en la clase gobernante que provocarían no sólo la renuncia inmediata sino una investigación que culmine en cárcel. La búsqueda de la que habla el director de “Amores Perros” debe comenzar ahí, en las barbaridades que como sociedad permitimos a tal grado que las convertimos en parte del paisaje.

Y luego está el construir, de lo cual el Negro sabe algo, tratándose las películas de grandes proyectos en los que se involucran recursos materiales y humanos, donde hay dinero y egos y opiniones encontradas. Si el liderazgo tácito proveniente de la presidencia no nos es suficiente, creemos uno desde la ciudadanía y procuremos fortalecerlo. No somos conscientes del daño que provoca la polarización en México, y para construir debemos primero ponernos de acuerdo, o en nuestra construcción se hará muy poco de muchas cosas. Y así no lograremos nada.

Ante el discurso de un mexicano que lleva ya sus años siendo un ciudadano del mundo, debemos no sólo asentir con la cabeza y sentirnos contentos por él, víctimas de un patrioterismo estéril. Inspirarnos y encontrar en sus palabras los puntos sencillos y esenciales para salir del atolladero es la mejor forma de demostrar nuestro valor como sociedad. No alegrándonos por las glorias ajenas

México a escena. Luces, cámara, acción.

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